Los miembros de EspeleoKandil. Los miembros del Grupo EspeleoKandil no somos profesionales que nos dediquemos a la espeleología. La actividad espeleológica es nuestra afición y nuestra pasión, nuestro deseo de seguir perteneciendo a ese colectivo de exploradores que hoy por hoy siguen añadiendo conocimientos sobre lo escondido de nuestro planeta. Pero además, los miembros de EspeleoKandil nos caracterizamos por nuestra vocación de solidaridad. Nacimos en la Asociación Kandil que desde 1993 hasta el 2007 se sumergió en el oscuro mundo de la drogadicción y la exclusión con el propósito de caminar codo con codo con aquellos a los que nuestra sociedad había dejado al margen. Fue fácil para todos empatizar con la idea de que podíamos también aportar algo lejos de nuestra tierra, de nuestra vida cotidiana, y así nos lanzamos a la aventura de realizar una expedición de esta envergadura. A lo largo de las campañas realizadas no siempre todos hemos podido participar. En total el grupo EspeleoKandil ha aportado 13 espeleólogos a las actividades, y ha contado con el entusiasmo y apoyo de varios amigos peruanos que se nos han unido en el deseo de formar parte de nuestro grupo en una 'sección peruana' del mismo, así como miembros de otros clubes como GET o Geoda. Así pues, los participantes en estas actividades han sido:
Decidirse a hacer una exploración espeleológica en un país como el Perú, no deja de ser una aventura interesante. Cuando estas actividades terminan, viene el momento de las memorias y de la presentación de lo realizado. Pero hay toda una parte de la experiencia que siempre queda oculta. Generalmente no aparecen las experiencias humanas más profundas que todo ello genera en cualquiera de los que nos aventuramos a hacerlo. Y sin embargo, lo que vivimos es lo que va a posibilitar el desarrollo de las exploraciones. Nuestros estados de ánimo, nuestros cansancios, nuestras capacidades técnicas, nuestro esfuerzo, nuestra emoción... son los esquemas previos a lo que vamos a encontrar. En el Grupo EspeleoKandil es importante comenzar por la motivación. Curiosamente nosotros no vamos a Leymebamba a explorar cuevas como se podría hacer en cualquier otro lugar de exploración. Ni siquiera vamos a hacer trabajos de apoyo arqueológico. Vamos a mucho más. Vamos a apoyar el posible crecimiento económico y social de una zona del planeta donde el desarrollo parece que ha pasado de largo. Y eso desde el principio, nos marca y nos define. Es la base y la razón de dos opciones de fondo:
De la mano de esta motivación profunda, engancha el resto de la actividad. El grupo EspeleoKandil queremos ser serios en lo que ofrecemos. Queremos aportar un trabajo de calidad que pueda competir en el mercado de la oferta de cultura. Pero eso supone que hay que prepararlo: habrá que mejorar nuestras técnicas de progresión con cuerdas, tendremos que ofrecer la mejor topografía posible, habrá que reportar fotografías que acerquen lo escondido hasta el museo para que todos puedan acceder al conocimiento de lo escondido en las cavidades...
La preparación en técnicas espeleológicasEl grupo EspeleoKandil somos un grupo más, del montón, en cuanto a capacidad técnica se refiere. Hoy por hoy, y aunque no nos preocupa demasiado, no somos un grupo de élite en lo que se refiere a nuestra tecnificación. Pero somos conscientes de que hacer cosas como las que hacemos aquí a diez mil kilómetros de distancia, pueden tornarse peligrosas. Por eso, aprovechamos todo lo posible los conocimientos técnicos de cada uno de los que conformamos el grupo y nos esforzamos en aprender más y más: desde progresar por una cuerda con normalidad, hasta hacerlo con elementos de fortuna; aprender a discurrir por cavidades activas; aprender a vivaquear en el interior de una cavidad; aprender técnicas de autosocorro para prevenir problemas que allí nada ni nadie podrá ayudarnos a resolver. Junto a estos elementos, también nos hemos esforzado en aprender técnicas y disciplinas asociadas a las tareas que hemos de realizar. En primer lugar, la topografía de superficie. Hemos aprendido a manejar la brújula y el mapa como elementos indispensables para movernos por la selva en lugares donde la vegetación hace poco menos que imposible la posibilidad de orientarse de otra forma; hemos aprendido a movernos con soltura en el mundo de los GPS, a utilizarlos con mapas de referencia en programas como CompeGPS y OziExplorer tanto con PDA como con ordenador; hemos aprendido a volcar los datos para poder construir mapas de las ubicaciones de los lugares y poder aportar a los estudios arqueológicos visualizaciones de las ubicaciones de los restos. En segundo lugar, la topografía de cavidades. Empezamos con brújula, clinómetro y cinta métrica. Hoy ya utilizamos también el telémetro láser. Aprendimos a manejar el VisualTopo y nos hicimos nuestras plantillas adecuadas a nuestra forma de trabajar. Hoy tomamos los datos con el programa Auriga y hemos tenido que aprender el manejo de la Palm con el ordenador. Empezamos dibujando nuestros mapas con escuadra, cartabón y porta ángulos, y ahora lo diseñamos por ordenador con PhotoShop. Sería imposible concretar cuántas horas habremos pasado haciendo intentos hasta conseguir aprender. Y en tercer lugar, la fotografía subterránea, herramienta indispensable en nuestro trabajo de campo. Cámaras con carrete, cámaras digitales, objetivos gran angulares, macros, flashes, células fotoeléctricas, cables disparadores, mando a distancia por infrarrojos... Todo un mundo por descubrir que vamos recorriendo.
El material. Sin duda, una de las cruces de toda expedición de estas características es la selección del material. No se puede llevar todo, ni de todo. Es necesario sólo lo justo. Porque después hay que transportarlo. Los aviones sólo nos admiten un número determinado de kilos. Hay que seleccionar y repartir los pesos con precisión casi enfermiza. Y junto con la precisión en lo esencial, hay que prever que tengamos posibilidad de afrontar cualquier imprevisto. Habrá que llevar también las herramientas necesarias para resolver incluso lo que no se nos ha ocurrido. Hay material duro e irrompible; cuerdas, mosquetones, figureros, empotradotes, taladro, baterías... pero también hay material frágil que cuidar: ordenadores, cámaras, PDAs... Y no hay que olvidar las tomas de corriente, los cargadores de baterías, los repuestos y los consumibles... Sin lugar a dudas, la mejor manera de transportarlo todo será utilizando bidones. Pero cada vez que afrontamos un medio de transporte nos ponen pegas: demasiado peso y demasiado volumen, sobre todo cuando hay que colocarlos a mano. Luego, en el sitio, los bidones no nos sirven de mucho. Hay que organizar el material en sacas cuidadosamente estudiadas en relación a su peso para que podamos transportarlas en caballerías. Y cuando llega la hora de cargarlo sobre las espaldas... lo justo y nada más que lo justo. A más de dos mil metros de altitud, cada paso se convierte en un horror, especialmente con las cuestas que se presentan en la cordillera andina y cargados como vamos.
Los transportesLlegar hasta el Perú para una expedición como la nuestra no puede sino hacerse en avión. Pero no todas las compañías son iguales, ni en su seriedad ni en los kilos que podemos transportar, ni en su precio. Conjugar todas estas variables se hace un trabajo difícil. Hemos volado con Santa Bárbara y no dejaron tirados dos miembros del equipo en Caracas a la hora de hacer un tránsito. Tuvimos además que enviar el material con una empresa de transporte. Volamos después con AirMadrid, y para qué decir: salimos con más de veinticuatro horas de retraso y además nos extraviaron el equipaje. Algunos, según llegamos a Lima tuvimos que emprender viaje a Leymebamba sin tiempo siquiera para dormir. Y además no nos dejaron llevar todo el equipaje con nosotros y tuvimos que sacar la carga de la aduana, aventura siempre peligrosa y que implica más gastos de los establecidos oficialmente. Hemos viajado también con Iberia, que nos permite llevar más kilos y podemos ahorrarnos el envío de material por carga. Sin lugar a dudas, la mejor opción hasta ahora. Las grandes distancias en el Perú las hemos resuelto casi siempre con medios de transportes públicos. Pero siempre hay pegas por el volumen del material. Al final siempre nos obligan a perder un día porque nos lo mandan en dos viajes, con veinticuatro horas de diferencia. Cuando hablamos de grandes distancias hablamos de viajes que duran de veintidós a veintiocho horas de autobús para recorrer unos mil doscientos kilómetros. Las distancias más cortas, realizadas en combi, suelen presentar menos problemas con el material si estamos dispuestos a coger una de ellas para nosotros solos. Pero no siempre estas combis han tenido asientos para poder viajar y lo hemos tenido que hacer sentados sobre la rueda de repuesto. También los taxis requieren su atención por la aventura del regateo. Afortunadamente, según vamos conociendo más el Perú, resulta más fácil ajustar, pero no deja de ser una experiencia peculiar, cuando menos. Junto con estos, se encuentran los transportes en vehículos ocasionales, camiones que paran en el camino y se ofrecen a llevarte durante unos kilómetros y que no pueden despreciar. Sin lugar a dudas, las estrellas del transporte, por su continuidad, son las caballerías. Montar a caballo siempre es una actividad arriesgada de por sí, pero a lo cotidiano de la dificultad hay que sumar algunas peculiaridades. Primero, las dificultades del terreno: sendas utilizadas durante siglos dejan al descubierto lajas de piedra pulidas por el paso de caminantes y acémilas. Barro en el que alguna de nuestras caballerías se hincó hasta la panza. Saltos de piedra donde las bestias hacen piruetas por no caer por los laterales de los precipicios aledaños, aunque en una ocasión no se pudo evitar con la suerte de que nuestro jinete cayó del lado del cerro y no del precipicio, en otra el caballo cayó de bruces al pisar un lodazal, y en otra derribó a nuestra arqueóloga. Una vez, incluso, tuvimos que atravesar un fuego galopando para poder evitarlo. Segundo, la relaciones entre el gran número de las propias caballerías: celos por ir el primero y comandar la recua, celos para que otro macho no se acerque a una yegua concreta... Tercero, la carga que transportamos: por un lado las que van en nuestras propias alforjas, descolocándose en los saltos y teniéndose que reconfigurar a menudo. Por otro los golpes de la caballería de al lado cuando lleva bultos rígidos que te golpean las piernas.
Y cuarto, los tiempos de monta: recorridos de entre tres y ocho horas dejan los tobillos, las rodillas y los muslos para pocos ejercicios posteriores, que sin embargo, hay que seguir realizando. En último lugar estarían las aproximaciones a pie. Quizás esto sea algo más común a todo porteo de cualquier exploración, pero no por común es menos fatigoso. Las diferencias de cota entre los valles y los cerros, situándonos muchas veces alrededor de los tres mil metros de altitud añaden a esta parte de la espeleo un sufrimiento extra que no en vano lleva también costo en fuerzas. Sobre todo cuando al mero hecho de caminar hay que añadirle la necesidad de construir el camino a golpe de machete.
Los lugares para dormir. Nadie en EspeleoKandil se podrá quejar de los lugares donde hemos sido invitados a residir. Desde la casa de las Apostólicas en Lima, hasta el Museo de Leymebamba, el Hogar de San Ana o la Casa del Catequista de Leymebamba. Pero no siempre tenemos la posibilidad de hacerlo en los lugares que nos ofrecen, y en ocasiones hay que buscar cualquier resquicio para echar una cabezada. El cansancio acumulado sirve de buen aliado y cualquier sitio es bueno para dormir un rato. Hemos dormido en camas en casa de las apostólicas de Lima, en el Hogar de Santa Ana y en la Casa del Catequista. Hemos dormido en camastros de paja en el Hotel de Ullilén en la Laguna de los Cóndores y en el refugio de la chacra de Peter Lerche. Hemos dormido en refugios de madera con paredes al descubierto en la zona de las Carponas. Hemos pernoctado en tiendas de campaña y utilizado vivacs conformados con capas de agua o en lugares de cobijo de ganado. Pero también hemos dormido en autobuses y en definitiva, en cualquier lugar donde podíamos a apoyar la cabeza.
Las comidas. Cualquier espeleólogo está de por sí acostumbrado a comer cualquier cosa y en cualquier sitio. Gente de buen diente, hemos podido degustar desde las exquisiteces de un cebiche hasta esa especie de roedor, el cui, que no todo el mundo puede llegar a tragar. Hemos comido en restaurantes, aviones, autobuses, aparcamientos, en casas a las que hemos sido invitados, en el campo, en refugios... Hemos cocinado con leña, con infiernillos... Hemos pescado para comer, con mayor o menor fortuna, en lagunas y en ríos.
Infraestructura logística. Todos estos trabajos, en medio de tanto ajetreo, desde luego no pueden funcionar si no adecuamos, también espacios para la logística. Durante nuestras expediciones, el lugar de referencia ha sido en el Hogar de Santa Ana, en la Casa del Catequista y en Museo de Leymebamba. En ellos pudimos ubicar espacios para la organización de material, la lavandería necesaria para la ropa y los materiales de espeleo, y la ubicación de toda la logística informática y de mapas. Horas y horas, arrancadas muchas veces al sueño, para confeccionar in situ los mapas de las cavidades, la ubicación de los restos encontrados, la elaboración del diario y de las memorias.
Conclusión. Y como para cualquier otro grupo de espeleólogos, todo esto merece la pena. La posibilidad de alcanzar nuestros objetivos últimos sobre el desarrollo integral de la zona se ve recompensado por la tarea inmediata. Desde los amigos que vamos descubriendo en el camino, a los hallazgos encontrados. Desde sentirnos realmente exploradores de lugares ignotos hasta descubrir la insignificancia de lo que somos en medio de tanta grandiosidad. Es más que posible que estemos haciendo realmente algo bueno e importante por el Perú, por Chachapoyas, por Leymebamba, por la espeleología y por la arqueología. Pero no es menos cierto, que a cambio, también recibimos ¡y mucho!.
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