Los Chachapoyas Alrededor del año 800 de nuestra era, en un vasto territorio entre los ríos Huallaga y Marañón, habitó un pueblo que conocemos hoy con el nombre de Chachapoyas. En una porción de la sierra andina a una altitud que oscila entre los 2.000 y 3.800 metros sobre el nivel del mar, la espesura de la selva tropical, lo que se llama la 'ceja de selva' por su altitud, cobra una fisonomía peculiar alcanzado niveles muy altos de humedad, hasta el punto que conforma un maravilloso paisaje donde la selva se entremezcla, casi de manera permanente, con las nubes. Antes de continuar, será preciso conocer algo acerca de quienes fueron aquellos habitantes de la cuenca de Uctubamba Aunque se tiene conocimiento de la existencia de los Chachapoyas desde la llegada de los españoles y se lleva más de un centenar de años investigando sobre sus restos, no podemos afirmar que en la actualidad tengamos excesivos datos que nos hagan conocer con detalle la identidad de este pueblo sui géneris de los Andes peruanos. Pero algo podemos ir deduciendo de la información que poseemos.
Los orígenes. No se sabe con certeza cuándo empezaron los chachapoyas a entrar en el valle del Utcubamba. La primera cuestión que está en debate es si los pueblos que conquistaron la ceja de selva de las cuencas del Marañón, Huallaga y Uctubamba entraron en el territorio provinientes de la selva baja, por la zona de Bagua, o lo hicieron desde las cumbres andinas. Algunos lo definen cómo la selvatización de la sierra o la serranización de la selva. Muchos de los elementos culturales que apreciamos en los restos encontrados podrían apuntar tanto en un sentido como en otro. No obstante, en nuestra modesta opinión, entendemos que normalmente hablamos de los chachapoyas a partir del siglo IX. Si tal y como avanzan los vestigios su presencia en la zona es anterior y se va dando un desarrollo cultural autóctono, entonces sus contactos tanto con las culturas adyacentes de la selva como de la sierra pudieron ser muy prolongados en el tiempo, lo que no posibilita conocer con seguridad, utilizando sólo el contexto cultural si la influencia de unos u otros pueblos eran un bagaje traido por los moradores desde el principio o si se debe a un intercambio cultural realizado a lo largo de los años y quizás hasta de los siglos. Independientemente de ello, las investigaciones en las cavidades de la zona ponen de manifiesto que estas fueron los primeros enclaves utilizados como lugares habitacionales. Probablemente se tratase de grupos humanos que vivían de la caza y que utilizaban las cuevas para vivir. En algún momento determinado debieron dar el salto de la caza a la agricultura y al pastoreo, lo que supondría un proceso de sedentarización que les llevase a construir ciudades mucho más estables. Son las famosas casas redondas de piedra que conocemos. Este es el momento que se ha tomado como origen de la emergencia de los Chachapoyas, allá por el año 800, antes del eclipse de la Cultura Wari que se había constituido como imperio entre los años 500 y 1000 de nuestra era. Sin embargo, los Wari no llegaron a ocupar el territorio Chachapoyas. A finales del siglo XV la expansión Inca proveniente del Cuzco parecía totalmente imparable, pero al llegar a la tierra Chachapoyas su avance se detuvo drásticamente y fue necesario que Inca Túpac Yupanqui viniera en persona para doblegar a esos poderosos guerreros lo que consiguió en 1470, aunque no de manera total ya que posteriormente se sublevaron hasta quedar sometidos por Huayna Cápac. Con la llegada de los españoles en 1532 se aliaron con estos para liberarse de los incas pero su futuro quedó frustrado por las enfermedades que sobrevinieron al contacto con el hombre blanco. Su población debió ser bastante numerosa como lo apuntan los más de 600 lugares con restos arqueológicos que se han hallado sobre todo en la parte alta de los cerros. Según Peter Lerche debió de alcanzar un total de entre 300 y 530 mil habitantes. 200 años después del primer contacto con los europeos, la población había disminuido en un 90%.
La población. Tanto Pedro Cieza de León como Antonio Herrera, cronistas de la época, nos hablan de que los Chachapoyas eran feroces guerreros, altos y de tez clara y que sus mujeres eran tan bellas que eran las preferidas del Inca. Según apuntan algunas fuentes el nombre proviene de un vocablo de la perdida lengua de los Chachapoyas compuesto por las palabras Sacha (bosques) y Puyos (nubes), lo que podría hacer referencia al hábitat en el que se ubicaba esta población. A una altura considerable sobre el nivel del mar, en medio de la espesa vegetación de la selva tropical y con una orografía montañosa, los Chachapoyas serían los que habitaban los bosques de las nubes. Otros dicen que el vocablo es de origen quechua y que lo impusieron los incas, significando 'gente de las nubes'. Otros señalan que la traducción exacta haría referencia a su característica belicosa: 'los guerreros de las nubes'. En todo caso, su fortaleza fue tal que aunque fueron ocupados y conquistados por los incas no se llegaron a doblegar del mismo modo como había ocurrido con otros pueblos. Es conocido que los incas imponían como principio de la historia su propia aparición hasta el punto de que incluso llegaron a realizar exhumaciones de cadáveres para volverlos a enterrar según sus ritos. Sin embargo esto no ocurrió así con los Chachapoyas que llegaron a preservar muchas de su costumbres. Entre los hallazgos realizados en la Laguna de los Cóndores se han encontrado telas con motivos que no son incaicos, sino anteriores, así como una manufactura peculiar y menos tosca que la inca. Tocados de plumas propios y telas incluso de origen chipibo. En la arquitectura encontrada en los innumerables sitios arqueológicos conviven las típicas casas circulares Chachapoyas con los rectangulares habitáculos característicos de los incas. Su fortaleza debió preservar rasgos propios de su cultura, si bien debieron de pagar altos tributos al Tahuantinsuyo y acatar el culto al Sol impuesto por sus invasores cuzqueños. Para poder controlarlos, los incas instalaron fortificaciones militares y deportaron a muchos Chachapoyas a otros lugares del imperio.
La arquitectura. Los asentamientos de los Chachapoyas suelen encontrarse en ciudadelas de entre 30 y 400 estructuras, por lo general, dispuestas a lo largo de las crestas de los cerros y ubicadas en ellas de manera aleatoria, aunque en Cuélape (Kuelap) se articulan en un espacio más estructurado urbanísticamente en función de las vías de distribución y de patios. Su ubicación en lugares altos podía deberse bien a fines de carácter defensivo (aunque parecen poco guarecidas) o a elementos más primarios de necesidad: en un lugar climatológico de alta humedad y abundancia de lluvias se utilizaban enclaves donde no se podían producir inundaciones que echasen al traste con sus depósitos de alimentos. La arquitectura Chachapoyas estaba constituida, fundamentalmente, por edificios de planta circular con una cornisa de piedras planas que se apoyaba sobre una base también circular y que servía a la vez para dar horizontalidad a la vivienda y para almacenar enseres y alimentos. Un gran techo cónico de paja coronaba la edificación. Entre los muros de las casas aparecen con frecuencia restos humanos, lo que hace pensar que los antepasados eran enterrados dentro de los muros, en hornacinas. Es frecuente el hecho de que las casas conformen ciudadelas de un cierto tamaño entre las que podemos destacar Llaqtacocha, Gran Vilaya (con más de 20.000 edificaciones) y la ciudadela de Cuélape. Uno de los elementos comunes de la arquitectura Chachapoyas es la presencia de frisos en las edificaciones. Estos suelen ser zigzag, rombos, diseños escalonados, o mosaicos figurativos. La significación de los mismos es muy discutida. Algunos plantean que los trazos en zigzag evocan a la serpiente, mientras que los rombos representan el ojo del jaguar.
Organización política. Sin embargo, al parecer no existía una clara organización política que unificara todas las poblaciones que se ubicaban en el eje del río Utcubamba. Divididos en pequeños curacazcos, los Chachapoyas parecían tener similares costumbres e incluso un idioma común, pero sólo se unificaban en función de sus necesidades defensivas y al terminar las acciones bélicas volvían a disolverse. Incluso era común no mantener fidelidad respecto a un curaca concreto, sino que se aliaban con quien entendían que era el más fuerte. Distintos autores hablan de distintas posibles tribus que pertenecían a los chachapoyas. Entre ellas las más conocidas serían tres: los luya-chillao, los cascayungas y los chilcho. Los luya-chillao podrían haber ocupado el norte del río Utcubamba., en un área que iría por el oeste hasta el río Marañón, por el sur hasta Cuélape y por el este, por lo menos, hasta la zona de san Carlos. Los cascayungas habrían ocupado la parte nororiental hasta el territorio de los chancas, en la actual Rioja. Los chilchos, por su parte, habrían sido los que ocupaban la zona sur del valle del Utcubamba. hasta algo más allá de la Laguna de los Cóndores. Las relaciones entre unos curacazcos y otros no debían de seguir patrones de cohesión grandes, sino que cada cual, más o menos, podía vivir 'a lo suyo'. Sin embargo, la fortaleza de Cuélape ofrece el pie para una interesante teoría del profesor Peter Lerche, quien opina que podría haber supuesto el principio de un embrionario Estado Chachapoyas. Según entiende el profesor P. Lerche, la alta densidad de población requería de los habitantes de la cuenca del Utcubamba una mayor diversidad de cultivos lo que exigía buscar una variedad climática que posibilitara una multiplicidad de frutos de la tierra. Esta diversidad climática se conseguía mediante la distinta ubicación en altura, desde el cauce del río hasta las zonas más altas de los cerros. Pero esta movilidad dejaba vulnerables los depósitos donde se almacenaban las cosechas. Esto suponía no pocos enfrentamientos entre distintas tribus pertenecientes a la misma etnia, pero quedaban regularmente equilibrados. Lo que originó un desequilibrio mayor fue el aumento de incursiones que desde el Este realizaban otros pueblos y que esquilmaba su producción. La construcción de la ciudad de Cuélape ocupa la parte más alta que divide los dos pasos naturales desde donde se podían realizar tales incursiones. Un eficaz sistema de comunicación de cerro a cerro por medio de elementos luminosos posibilitaba reunir tropas en la ciudadela una vez detectada la intrusión. Así, aunque no se pudiese contener la entrada de los predadores al volver estos a retornar hacia sus tierras, cargados con el botín, eran blanco fácil para las hondas y las flechas de los Chachapoyas que les esperaban en Cuélape. Así, Cuélape se convirtió, aprovechando la idoneidad de su clima debido a la altura, en una impresionante despensa. Para su construcción debieron aportar hombres todas las tribus de la región y debieron participar igualmente en su defensa.
La economía. La fuente básica de la pervivencia de la población era la agricultura. Como hemos señalado anteriormente, el hábitat de los Chachapoyas posibilitaba una variedad de climas, todos húmedos, pero unos más fríos y otros más cálidos en función de la altura. Así, los Chachapoyas transformaron las laderas de los cerros en terrazas de cultivo y realizaron importantes obras de drenaje para mitigar las inundaciones de las zonas más bajas. En estas se encontraría la producción de ají, algodón y coca. También cultivaban una amplia gama de tubérculos. En cuanto a la caza, los Chachapoyas cazaban venados cuyas astas servían de motivos decorativos para las casas. Su piel era utilizada para distintas cosas, como la fabricación de instrumentos musicales. Según Pedro Cieza también se dedicaban al pastoreo de llamas y alpacas.
El arte. Si bien los textiles de los Chachapoyas superaban con creces los de los invasores incas, no ocurría así con su cerámica. Esta era mucho más tosca que la que introdujeron los incas. La mayoría de las piezas cerámicas recuperadas son utilitarias moldeadas sin más con los dedos aunque en algunos casos se utilizó la técnica de los rollos. La decoración que le imponían a la cerámica era por incisión o estampados. En algunos de los restos se percibe la influencia de otros pueblos como Cajamarca. En cuanto a los textiles eran mucho más depurados que los incas. No sólo por la finura de la confección, sino también por la variedad y riqueza de los motivos representados en ellos.
La religión. Poco, por no decir nada, sabemos de la religión de los Chachapoyas. La invasión inca impuso el culto al Sol aunque no debieron prohibirse las veneraciones religiosas locales. Lo que nos ha llegado, a partir de las crónicas, es una combinación de religión Inca, wakas (lugares u objetos sagrados) locales, pacariscas (lugares de origen) y del culto a los ancestros. Algunos estudios apuntan a que las distintas etnias tenían diferentes deidades, aunque había algunos elementos comunes: el puma, la serpiente y el caimán. Al parecer, la identificación con estas deidades tenía como sustrato un cierto estudio astrológico. A su vez, cada uno de estos elementos favorecían de ciertas funciones. Así, el grupo de estrella Machacuay se identificaba con el símbolo del Zig Zag y era probablemente el culto principal. El Zig Zag era la serpiente y su función era la de proteger y fertilizar. Chuquichinchay, otra de las identificaciones de grupos de estrella, se identificaba con el Rombo y presentaba también una función protectora a la vez que ofensiva, y se referenciaba con la imagen del caimán. Por último, el tercer grupo de estrella, Ancochinchay, identificado con las grecas, aportaba la función de resistencia y defensa. De una manera más parcial, cada familia debía tener su propias deidades más particulares. Posiblemente ese sea e origen de los distintos elementos pictóricos que abundan en las tumbas chachapoyas. Podría ser que cada una de las familias tuviera distintos tótems que identificaran algún aspecto peculiar de las deidades. Esto explicaría la profusión de representaciones que aparecen en los lugares de enterramiento. Uno de los elementos que podemos descubrir en relación con los restos encontrados es la importancia que dan los Chachapoyas a sus difuntos. Generalmente estos se encuentran o bien formando parte de las estructuras de sus viviendas o bien en enterramientos colectivos. La presencia de ofrendas en estos últimos podrían apuntar a una cierta creencia en vida después de la muerte. Las momias de personajes importantes, conocidas como mallkis, frecuentemente eran consideradas wakas, adoradas y visitadas por miembros de su ayllu. Hay una equivocada creencia de que los chachapoyas desde siempre habían momificado a sus difuntos, pero esto no es así. La momificación llegará a los chachapoyas de la influencia inca. Las formas de enterramiento anteriores estarían representadas en sus diversas formas de rendir el culto a los ancestros. Se han encontrado numerosos lugares funerarios en las cavidades de la zona. Alguna en lugares que aún no comprendemos cómo pudieron acceder, descendiendo pozos verticales por los que hoy es imposible entrar sin ir provistos de cuerdas. Uno de los elementos más llamativos son los Purunmachus, figuras construidas con cañas y barro de aspecto antropomorfo que contenían en su interior los restos del difunto. También encontramos estructuras denominadas chullpas, lugares de enterramientos colectivos en su mayoría. Los sarcófagos o Purunmachus los encontramos más relacionados con la etnia de los luya-chillao, mientras que las chullpas parece que eran más propias de los curacazcos del sur. Albornoz relata que el ayllu de Chuquipuyuntu veneraba una waka conocida como Calondi, " una piedra que estaba en una cueva junto al pueblo de pucso vica ". Cuychacolla, waka de los indios de Para, era una lagunilla cerca del pueblo de Llaucamalla, la pacarisca de los Chuhayayas. Algunos cronistas, como Sarmiento de Gamboa y Murúa señalan que Cuychacolla representaba a la waka principal de los Chachapoyas, la cual fue trasladada al Cuzco por un general de Huayna Capac. Los Incas tomaban las wakas de los pueblos conquistados y las mantenían, como rehenes, con todos los honores, en el Cuzco. Ya que Cuychacolla era una lagunilla, posiblemente que agua de esta fuera introducida en una vasija y de esta forma fuera transportada al Cuzco. Según el Padre Diego Isidoro García podría establecerse una relación entre los enterramientos y los lugares con agua (lagunas y ríos). No se sabría aún la vinculación entre estos dos elementos, pero no deja de ser significativo que prácticamente todos los enterramientos encontrados tienen a la vista lugares con agua. Garcilaso señala que los Chachapoyas adoraban culebras y tenían al cóndor como su principal Dios. La únicas imágenes de la iconografía Chachapoyas que pudieran ser interpretadas como cóndores están representadas en un friso que decora un edificio en Gran Pajatén. Sin embargo, se encuentran gran cantidad de imágenes de serpientes talladas en piedra, como la encontrada en la cima Shubet, una de las montañas más altas en la provincia de Luya, o aplicadas con motivos decorativos en la cerámica Chachapoyas. Los Chachapoyas veneraron muchas wakas, aunque algunas pudieron haber sido más importantes que otras, actuando como santuarios regionales. Ciertas estructuras o sectores, en los lugares Chachapoyas, podrían haber funcionado como santuarios ceremoniales, como el Tintero o el sector de Pueblo Alto, en Kuelap. Otro dato que tampoco se sabe muy bien cómo interpretar es la existencia de colores característicos de lo sagrado: el rojo y el ocre. |